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Capítulo 123 El Gran Evangelio de Juan, Libro 3

3. La leña pronto va a avivar el fuego casi extinguido de modo que se originen llamitas pequeñas; estas pronto prenderán la leña y luego todo va a pasar a llamas vivas y luminosas. De esta manera también se hace todo Luz y calor en mi corazón. Entonces es cuando habla el espíritu de naturaleza divina que se despertó en mi corazón:

4. “¡Oh Tú, mi santo Padre que estás en los Cielos! ¡Santificado sea tu Nombre! ¡Tu Amor paternal venga a nosotros pobres pecadores! ¡Hágase tu santa Voluntad aquí en esta Tierra como en todos tus Cielos! Si hemos pecado contra tu santo Orden eterno, perdónanos tal insensatez y ten paciencia e indulgencia con nosotros, como también nosotros tenemos paciencia e indulgencia con aquellos que han pecado contra nosotros. ¡No permitas que nosotros, en nuestra debilidad humana, seamos tentados por el mundo y el diablo más allá de nuestras fuerzas! Con tu Gracia, Amor y Misericordia líbranos de todos los males que pudiesen turbar nuestro amor para contigo, oh, santo Padre amado. Más siempre que tengamos hambre y sed, espiritual y físicamente, danos según tu mejor parecer lo que necesitemos cada día. ¡Únicamente para Ti todo mi amor, toda la honra y toda la alabanza para toda la eternidad!”.

5. Esto es para mí orar; sin embargo, esta oración no vale nada delante de Dios si no ha sido avivado antes en la profundidad del corazón el amor para con Dios, según el modo mencionado, ardiendo en llamas luminosas mediante la unificación de todos los pensamientos y sentimientos en el centro divino del corazón. Si falta esta condición previa, cualquier oración por bonita que sea es un horror ante Dios y no será escuchada.

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