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Capítulo 1 Obispo Martín

El fin del anciano obispo Martín en este mundo y su llegada al Más Allá

1. Un obispo que apreciaba en mucho su dignidad y su posición social cayó enfermo por última vez.

2. El mismo que todavía sacerdote humilde pintaba las alegrías del Cielo con los colores más fantásticos, el que tantas veces se deshacía describiendo las delicias y bienaventuranzas en el reino de los ángeles, por supuesto sin olvidar mencionar el infierno y el terrible purgatorio, llegado ya a una edad de casi ochenta años, aún no tenía gana ninguna de tomar posesión del paraíso tantas veces glorificado por él. Hubiera preferido mil años más de vida en esta Tierra que todo un futuro Cielo pleno de delicias y bienaventuranzas.

3. Por eso el obispo enfermo probó todos los recursos posibles que ¡ojalá! pudieran devolverle la salud física. Los mejores médicos tenían que permanecer continuamente alrededor suyo y en todas las iglesias de su diócesis había que celebrar misas en su favor. Hizo llamar a todas sus ovejas para que rezaran por su mejoría. Se les invitaba a hacer votos piadosos con el fin de obtener indulgencias plenarias para él. En su cuarto hubo que preparar un altar donde se celebraban tres misas matinales por el restablecimiento de su salud, mientras que por las tardes, con el santísimo continuamente expuesto, los tres monjes más piadosos rezaban el breviario incesantemente.

4. Él mismo exclamó muchas veces: «Oh, Señor, ¡ten piedad de mí! Santa María, madre querida, ¡ayúdame! ¡Ten piedad de mí, portador de dignidad y merced obispal como soy, en tu honor y en él de tu Hijo! ¡No abandones a tu servidor más fiel, tú, el único salvador de todo apuro y único apoyo de todos los que sufren!».

5. Pero no había remedio; al obispo le entró un sueño muy profundo del que ya no se despertó en este mundo...

6. Las diversas ceremonias “sumamente importantes” que se hacen con el cadáver de un obispo son muy conocidas, de modo que no hace falta perderse en pormenores; vamos pues a averiguar qué hizo el recién llegado al mundo de los espíritus.

7. Mientras hubo calor en su corazón, el ángel no desligó el alma del cuerpo porque en dicho calor se manifiesta el espíritu del sistema nervioso, que debe ser completamente absorbido por el alma antes de que esta pueda ser desligada del cuerpo.

8. Cuando el alma de Martín absorbió enteramente al espíritu del sistema nervioso, el ángel desligó el alma del cuerpo con las palabras: «Ábrete, alma; pero tú, polvo, entra en descomposición para tu evolución posterior a través del reino de los gusanos y la putrefacción. Amén».

9. A eso el obispo se levantó con todos sus ornamentos episcopales, como antes cuando todavía vivía en la Tierra, y abrió los ojos. Perplejo miró alrededor pero, aparte de sí mismo, no pudo ver a nadie, ni tampoco al ángel que le había despertado. El suelo parecía cubierto de musgo bastante seco y todo estaba sumido en una luz escasa, como al anochecer.

10. Martín se asombró no poco al encontrarse en tal escenario y se dijo: «¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Vivo todavía o acaso he muerto? Me parece que estuve muy enfermo y es fácil que ya me encuentre entre los difuntos... Por Dios, sí, ¡tiene que ser eso! Oh, Santa María, San José y Santa Ana que sois mis más poderosos apoyos, ¡os ruego que me ayudéis a entrar en el Reino de los Cielos!».

11. Martín esperó un rato, mirando atentamente en torno suyo para ver por qué lado iban a presentarse los tres; pero nadie vino.

12. Repitió la petición algo más alto y esperó de nuevo, pero en balde. Nadie se presentó.

13. La tercera vez la súplica fue aún más fuerte, pero, como antes, también sin éxito.

14. Martín empezó a inquietarse profundamente y, como su situación se volvía cada vez más desesperada, se lamentó: «Ay, ¡válgame Dios! (estas palabras no eran sino una muletilla que siempre solía pronunciar) ¿Qué es esto? He llamado ya tres veces y todavía en vano...

15. ¿Acaso estoy condenado a la perdición? Pues no, porque no veo demonios ni tampoco fuego.

16. ¡Ayayay... ! (Temblando) ¡Esto sí que es espantoso! ¡Vaya soledad! Dios mío, si ahora se me presentase algún demonio de esos, ¿qué podría yo hacer sin pila de agua tres veces bendita y sin crucifijo?

17. Me imagino que el demonio tendrá una apetencia especial por un obispo... Ayayay, ¡vaya asunto más desesperado! ¡Quién sabe si aún me tocarán el llanto y el crujir de dientes!

18. Quizás vale más que me quite la mitra, entonces el demonio no me reconocerá. Pero cabe la posibilidad que así pueda tener aún más poder sobre uno de mi condición... Vaya, vaya, ¡qué cosa más cruel es la muerte!

19. Si por lo menos estuviera muerto del todo, entonces tampoco tendría miedo; pero vivir de esta manera después de la muerte, eso es lo que fastidia... Oh, ¡válgame Dios!

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