8. Cuando el alma de Martín absorbió enteramente al espíritu del sistema nervioso, el ángel desligó el alma del cuerpo con las palabras: «Ábrete, alma; pero tú, polvo, entra en descomposición para tu evolución posterior a través del reino de los gusanos y la putrefacción. Amén». 9. A eso el obispo se levantó con todos sus ornamentos episcopales, como antes cuando todavía vivía en la Tierra, y abrió los ojos. Perplejo miró alrededor pero, aparte de sí mismo, no pudo ver a nadie, ni tampoco al ángel que le había despertado. El suelo parecía cubierto de musgo bastante seco y todo estaba sumido en una luz escasa, como al anochecer.
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