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Capítulo 1 Los Tres Días en el Templo

9. El examen se efectuaba durante las Pascuas o la fiesta de los tabernáculos, y duraba comúnmente 5 ó 6 días. Sin embargo, unos días antes de que dieran comienzo los exámenes en el templo, los servidores del templo eran enviados a los mesones para informarse de cuántos candidatos iban a presentarse a examen.

10. Los que querían hacer una reserva especial con anticipación, podían hacerla contra el pago de un pequeño impuesto, y en este caso eran examinados antes. Los que no pagaban el impuesto eran habitualmente los últimos, y no se tomaban gran molestia en examinarlos. Generalmente no recibían los certificados, aunque se los prometían para más tarde. La mayoría de las veces, esta promesa no se cumplía.

11. En algunas ocasiones algunos muchachos inteligentes hacían preguntas a los examinadores y pedían explicaciones sobre diversos textos de los profetas. En estos casos los examinadores acostumbraban a enojarse y ponían muy mala cara, pues los examinadores raras veces estaban más al corriente de las Escrituras y de los profetas que los maestros mal instruidos de enseñanza elemental. Sólo sabían de lo que tenían que preguntar; de lo demás tenían poco o ningún conocimiento.

12. También estaban presentes algunos escribas y ancianos, que actuaban como comisarios de exámenes, y que no examinaban sino que se limitaban a escuchar. Sólo empezaron a actuar en el caso especial antes mencionado, reprendiendo al muchacho preguntador, que se había atrevido a poner a sus examinadores en una situación desagradable, y que producía pérdida de tiempo.

13. Si el muchacho no resultaba fácilmente intimidado y perseveraba en su propósito, era colocado al lado de los que esperaban, más para guardar las apariencias ante el pueblo que por otra razón más profunda. El muchacho tenía que esperar hasta cierta hora de la noche en que se le interrogaba expresamente y se daban explicaciones a las preguntas más sutiles.

14. Llegada la hora señalada, estos muchachos eran sacados siempre con cierta indignación de su escondrijo para que repitieran sus preguntas. Uno de los ancianos o escribas daba al muchacho que preguntaba una respuesta generalmente muy mística, tan desconcertante como posible, de la que el muchacho no podía aprender nada. Y el pueblo hería su pecho y admiraba de manera profunda, tonta, muda y ciega, la profundidad inescrutable del espíritu de Dios, que salía de la boca del anciano o del escriba, y finalmente reprendía al muchacho por su desconsiderado atrevimiento.

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