14. Llegada la hora señalada, estos muchachos eran sacados siempre con cierta indignación de su escondrijo para que repitieran sus preguntas. Uno de los ancianos o escribas daba al muchacho que preguntaba una respuesta generalmente muy mística, tan desconcertante como posible, de la que el muchacho no podía aprender nada. Y el pueblo hería su pecho y admiraba de manera profunda, tonta, muda y ciega, la profundidad inescrutable del espíritu de Dios, que salía de la boca del anciano o del escriba, y finalmente reprendía al muchacho por su desconsiderado atrevimiento. |